jueves, 16 de junio de 2011

Barroca devoción

Nuestra elegante Catedral Metropolitana sigue de pie, viendo pasar a los miles de feligreses y turistas que a diario la visitan para admirar las obras de arte que resguarda tras su fachada barroca y neoclásica. Merece un día completo o una noche de los últimos miércoles de junio, para deleitarse con música de órgano y teatro colonial.

Domingo 12 de junio de 2011
Viridiana Ramírez | El Universal



Salimos del la estación del metro Zócalo y, entre el "llévelo, llévelo" de los ambulantes, escuchamos los acordes de hermoso cariño... que Dios me ha mandado. Pero la devoción no es lo que nos ha traído hasta las puertas de la Catedral Metropolitana. Es el querer descubrir un poco de lo que se esconde tras esa fachada barroca.

Dice la historia que la catedral se empezó a construir desde la época de Hernán Cortés, aunque no sobre las calles de República de Guatemala y Constitución donde está ahora. Todo comenzó dentro de Palacio Nacional, la casa de aquel conquistador español, ahí se colocó la primera piedra en 1524.

Pero aquel primitivo templo se convertiría, en 1571, en uno de los grandes monumentos virreinales de la Nueva España. Eso afirma David, mi guía y subdirector del museo y zona arqueológica del Templo Mayor.

Se oye el repicar de las campanas llamando a misa. Nosotros dejamos a un lado la palabra de Dios para escuchar al guía. Nos muestra una placa ubicada en el costado izquierdo del recinto, esa parte que corresponde a la calle Monte de Piedad. Ahí está el punto en donde se colocó la Piedra del Sol (calendario azteca), pieza que se encontró durante la construcción del templo.

Para los habitantes del siglo XVIII sólo fue un vestigio exótico que reposó mucho tiempo incrustado en ese punto. Niños y soldados practicaban el tiro al blanco sobre él, siendo el blanco la nariz del dios del sol, Tonatiuh. Por eso está rota, rumora la leyenda.

Lo que no es un mito son los restos visibles a través de sus cuatro ventanas arqueológicas que encontramos en la entrada principal. Apreciamos las antiguas escalinatas de cemento, con incrustaciones de talavera, que conducían al templo. Se sabe bien que antes el nivel del Valle de México era más bajo y para evitar inundaciones se elevaban las construcciones, construyéndolas sobre escalinatas.

Horror al vacío

Elegante, esa es la palabra que David utiliza para describir la fachada de nuestra catedral, considerada uno de los conjuntos religiosos más hermosos e importantes de América. En ella se mezclan, caprichosamente y siempre en armonía, varios estilos arquitectónicos: herreriano, gótico, barroco, churrigueresco y neoclásico. Quizá por eso su construcción vio pasar diferentes arquitectos hasta concluirse en 1813.

Gerónimo de Balbás y Manuel Tolsá fueron los que más imprimieron su estilo en fachada e interiores, fusionándose el barroco y el neoclásico.

De Balbás se encargó de la parte baja, la entrada. Las tres naves principales están flanqueadas por columnas salomónicas en forma helicoidal (columnas cilíndricas retorcidas).

David dice que este detalle es único en el estilo barroco y que hizo explosión en México en el siglo XVIII.

Pero hay algo más: el "horror al vacío", una técnica en la que no se deja ni un solo espacio sin decorar, ya sea con vegetación, como las hojas de vid y palmas; o ángeles y arcángeles, cruces, santos y llaves.

Encontramos tres relieves de mármol puro. El central representa la Asunción de la Virgen María, a quien siempre se dedican las catedrales. El que está del lado izquierdo muestra la entrega de las llaves del Cielo a San Pedro; el de la derecha, la Barca de la Iglesia.

Alzamos un poco más la vista y nos encontramos con el remate, ahí en donde está el reloj y las esculturas elaboradas por el arquitecto Tolsá, quien "limpió" de ornamentación, con su estilo neoclásico, columnas y fachada.

Repiques omnipotentes

Las columnas del campanario también son de estilo neoclásico, pero fueron construidas entre 1787 y 1791 por Juan Serrano, Juan Lozano y José Damián de Castro. Hasta ellas subimos tras pagar 15 pesos para una visita guiada de 15 minutos. Se realizan todos los días.

Una escalinata estrecha y en forma de caracol nos conduce a la torre derecha. Ahí repican 28 campanas a una altura de 67 metros. Los delgados y gruesos lazos de mecate se unen en una sola atadura de la que se columpia el campanero cada media hora hasta las ocho de la noche, cuando se oficia la última misa.

Nuestras manos están ansiosas por colgarse de la cuerda y anunciar a toda la plancha del Zócalo y, más allá, nuestra presencia. Qué lástima, la intención se nos esfuma al entender que está prohibido. Tampoco queremos que, por no saber hacerlo, nos pase lo que al antiguo campanero de los años 40 el siglo XX: al dar vuelta a su campana, ésta lo empujó al vacío. A ésa se le puso el nombre de "la campana castigada", se le retiró el badajo y no volvió a repicar hasta el año 2000, cuando "se le levantó el castigo", aunque después el badajo volvió a quebrarse.

El actual campanero dice que la catedral repica un total de 56 campanas hechas de bronce y estaño. Los principales campaneos se realizan al alba o al toque de la oración, a la salida del sol; mediodía o angelus; a las tres de la tarde (hora de la muerte de Cristo), y el toque de "llamada", cuando escuchamos la campana principal repicar tres veces para congregar a misa.

Paredes de fervor

Nosotros llegamos a las tres de la tarde. Llevamos dos horas y apenas hemos recorrido la mitad. "Hay que venir sin presiones de tiempo y con ojos y oídos bien abiertos", dice David. Ni siquiera suplicamos por un descanso porque queremos saber más.

El volumen de nuestra voz tiene que bajar para no interrumpir las plegarias de los devotos. Algunos encienden veladoras y se reclinan ante el retablo de El Perdón. Toda falta es absuelta frente a un gran marco cubierto de hojas de oro. Alguien más se dirige a una de las 16 capillas laterales para encontrarse con San Ramón Nonato. En un candado amarra un listón rojo en donde ha escrito: "Señor, ayúdame a cerrarle la boca a Don Martín para que no haga chismes de mí".

Fieles y turistas entran y salen de la catedral. Todos por las puertas procesionales, las de los costados. El primer encuentro es con uno de los dos órganos monumentales. Seis metros de altura los separan del suelo. En esta parte el ambiente se impregna del olor de las maderas preciosas que cubren el instrumento musical: cedro, caoba, fresno y encino. Los órganos envuelven el área del coro. Esos cantos se escuchan en los conciertos Voces de Catedral, los cuales se presentarán hasta el último miércoles de este mes.

Música, historia, liturgia y arte se entrelazan cada miércoles para contar entre penumbras los secretos de la catedral. Es un recorrido teatral de dos horas que narra los cinco siglos de historia de este recinto.

"La piel se enchina cuando escuchas a estos colosales órganos musicalizar la lectura del Evangelio". David insiste en que no debemos perdérnoslo. Si a simple vista es impresionante, no quisiera imaginarme cómo se ve y siente, a la luz de las velas.

La Sacristía

Frente al altar principal se puede observar cómo los costados del edificio están ladeados. Esto se debe a que se construyó sobre cinco vestigios arqueológicos que pertenecen al Templo Mayor, prueba de esto es la cabeza de serpiente que se encuentra en la zona de criptas. Se puede acceder sólo si tienes a algún familiar descansando eternamente ahí, o bien, tramitando un permiso especial.

Por último, David nos lleva a La Sacristía. Por 10 pesos tenemos acceso al lugar donde el arzobispo, el cabildo y demás sacerdotes se preparan para el culto y se visten con sus ropajes.

Me parece que, más que un lugar que guarda los elementos sacros, es una pequeña sala de exhibición de arte sacro y muebles antiguos. Cuatro pinturas de gran formato de los novohispanos Juan Correa y Cristóbal de Villalpando cuentan algunos pasajes bíblicos. En estas pinturas se utilizan, por primera vez, colores llamativos.

La devoción en este gran recinto cambia de significado. La Catedral Metropolitana no sólo cobija los rezos y ex votos de los fieles. La obra arquitectónica, sus tesoros y detalles también son para ponerse de rodillas.

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