Pueblos tzotziles, regidos por usos y costumbres. Entra en su vida cotidiana y descubre la magia que ellos mismos crean
Domingo 11 de septiembre de 2011
Viridiana Ramírez | El Universal
viridiana.ramirez@eluniversal.com.mx
Entre las montañas, donde la humedad de la selva chiapaneca ya no se siente, se encuentran los pueblos San Juan Chamula y Zinacantán, ambos refugio de la etnia tzotzil. Convivir y aprender su cultura es posible.
Excursión de medio día
San Cristóbal de las Casas debe ser el punto de partida, es el pueblo más cercano a San Juan Chamula, la primera parada. Lo mejor es visitarlo en fin de semana y desde muy temprano, para encontrar el mercado en donde aún se acostumbra el trueque.
Los chamulas no tienen identificadas sus calles con nombres o números, pero todas ellas te conducen al panteón y a su antigua iglesia, quemada por un rayo. A un costado se encuentra la actual iglesia dedicada a San Juan Bautista. Para entrar es necesario solicitar un permiso al mayordomo, habitante de jerarquía, al cuidado del templo.
Tomar fotos está prohibido y es mejor respetar la regla para evitar la cárcel. A diferencia de la fachada, que podría pasar como católica, el interior es otro, es donde están los chamanes arrodillados y rezando por la sanación de algún habitante o animal.
Una alfombra de hojas de pino frescas es el piso del templo, los santos están a un costado y los fieles frente al chamán en silencio.
No hay electricidad que alumbre el espacio, sólo los rayos del sol que penetran por tres ventanales y la cantidad de velas, pequeñas y delgadas, encendidas. Se pueden apreciar animales y otros "ingredientes" como huevos, que se emplean para los rituales.
Eso es el atractivo de San Juan Chamula, ver a sus chamanes y las ceremonias en donde no falta el posh, aguardiente que escupen para alejar el mal. Al turista sólo le queda contemplar la escena sin hablar o realizar alguna expresión de asombro.
Zinacantán y sus flores.
A 10 minutos de Chamula, encontramos otro rincón tzotzil. La carretera está llena de invernaderos en donde crecen tulipanes, orquídeas, azucenas, gerberas, flores de colores vivos al cuidado de los hombres, sí, ellos tienen esa encomienda en Zinacantán.
Calles empedradas y casas de adobe adornan el paisaje, que se satura de color con la vestimenta de las mujeres: elegantes faldones y blusas bordadas en telar de cintura por ellas mismas.
En las casas de las artesanas, no sólo podrás observar su técnica de bordado y adquirir souvenirs desde 100 pesos, también podrás compartir la hora de la comida con ellas.
Alrededor del fogón uno se sienta, directo en el piso. Ellas elaboran tortillas a mano.
De la olla salen frijoles calientes, del molcajete la salsa, y a taquear. El queso, la crema y la pepita molida no pueden faltar. Las historias de familia se hacen escuchar. El café de olla hace la charla más acogedora, también los niños que insisten en vender artesanía.
Estos ciudadanos del mundo están vinculados a una organización sin fronteras denominada Servas, fundada después de la Segunda Guerra Mundial y orientada al intercambio cultural de viajeros como embajadores de la paz.
Dahab, en la península del Sinaí, muy cercana a la cosmopolita Sharm el-Sheikh, era un pueblo de beduinos al cual llegaron los hippies para quedarse y transformarlo en un edén expresado por sus playas de peces multicolores, por su libertad y seguridad, su comida, sus comodidades y, sobre todo, sus precios. Los equipos náuticos se alquilan por dos dólares, los banquetes en restaurantes al borde del mar son de 10 dólares, incluyendo las bebidas alcohólicas, los hoteles tres estrellas no cuestan más de 15 dólares, además de tener toda una gama de sitios nocturnos. (Agencias)
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