Invasión de turistas molesta a feligreses de iglesias en Harlem
En ocasiones los visitantes sobrepasan en número a los fieles. Hay agencias que organizan los recorridos eclesiásticos y cobran hasta US$55
Nueva York (AP). La severa advertencia lanzada desde el púlpito estaba dirigida a los turistas, la mayoría de los cuales llegaron tarde, un mar de rostros blancos con guías en la mano. Superaban en número a la congregación misma: un puñado de mujeres y hombres negros ataviados con sus mejores trajes y vestidos, y sombreros de casquete.
“Esperamos que permanezcan en sus lugares durante la predicación del Evangelio”, dijo con micrófono un miembro de la iglesia en esta parroquia de Harlem. “Pero si tienen que irse, háganlo ahora. Váyanse antes de que el predicador comience”. Nadie se fue en ese momento. Pero a la mitad del sermón unas jóvenes francesas se salieron de la iglesia a pesar de que la acomodadora se los prohibió con la cabeza.
El choque entre turistas y feligreses sucede prácticamente cada domingo en la Iglesia Episcopal Metodista Madre Africana Sion, la iglesia negra más antigua en el estado de Nueva York. Es una de las muchas iglesias de Harlem que se han vuelto atracciones turísticas para los visitantes de todo el mundo que desean escuchar conmovedora música evangélica en un servicio religioso negro. Sin embargo, las multitudes de turistas se están volviendo un motivo de irritación entre los fieles parroquianos.
REGLAS ESTRICTAS
Para mantener la santidad del servicio, los pastores batallan para aplicar estrictas normas de conducta. Pero la realidad es que estos visitantes muchas veces están llenando las bancas que de otra forma estarían vacías así como las canastas de donativos con valiosos dólares.
“Nuestro recinto necesita reparaciones”, dijo el parroquiano Paul Henderson después de la misa. “Necesitamos apoyo, simplemente nos ayuda a mantenernos”.
Las reglas son simples: prohibidas las fotos, las chancletas y salirse durante el sermón. Las reglas están impresas en panfletos, están en letreros y se anuncian al comienzo de cada servicio. Pero muchas veces son ignoradas. Los acomodadores caminan entre las bancas como guardias de seguridad, evitando que más de una persona filme con alguna cámara digital.
ORDEN Y ORGANIZACIÓN
Algunos pastores tranquilamente se hacen cargo de las multitudes pidiendo a los operadores turísticos una confirmación por escrito de los asistentes y no les permiten el paso a otros visitantes. Algunas iglesias tienen asientos asignados para turistas, mientras otras piden una lista que especifique de qué país vienen y si hablan inglés. Muchas más prohíben a las empresas turísticas anunciar sus iglesias con la esperanza de reducir el número de visitantes indeseados.
El reverendo Gregory Robeson Smith, pastor de la Iglesia Episcopal Metodista Madre Africana Sion, se niega a trabajar con operadores turísticos. Ni siquiera le agrada la palabra “turista” y prefiere decir que son parte de su “congregación internacional”. Pero tampoco quiere alejar a nadie.
Sin embargo, la presencia de los turistas es innegable. En Madre Afriana había unos 200, superando por mucho a la congregación.
“Quieren ver lo que ven en televisión y en las películas”, dijo Larcelia Kebe, presidenta de la agencia de viajes Your Way! Tours Unlimited, en Harlem.
UNA INDUSTRIA EN CRECIMIENTO
La industria de las visitas eclesiásticas ha detonado desde que surgió a comienzos de la década de 1980. En un atareado domingo de verano, Harlem Spirituals, una de las oficinas de turismo más antigua y grande en Harlem, lleva hasta 15 autobuses, dijo Erika Elisabeth, la vicepresidenta.
Los boletos cuestan hasta 55 dólares y la mayoría de las iglesias se lleva una parte de la ganancia. Otras, como Madre Africana, obtiene dinero solicitando a los visitantes un donativo sugerido.
Durante un sermón, Smith pidió a la congregación ayudar con las reparaciones del viejo órgano de la iglesia. “Tenemos que pagar unos 1.200 dólares para el trabajo que se necesita”, dijo. “Necesito que 12 personas me den 100”. Sin las billeteras de los turistas, el órgano tal vez nunca podría ser reparado.
Este no es el único caso. A la vuelta de la esquina está la próspera Iglesia Bautista Abisinia, podría decirse que es el imán turístico más grande en el vecindario, donde los visitantes muchas veces se van porque no hay asiento.
UN ESPECTÁCULO
A pesar de no saber nada de la historia de Madre Africana, la francesa Celeste Lejeune, de 16 años, quiso acudir a la iglesia “sólo para escuchar las voces de las personas que viven en Harlem, y ver la atmósfera. En Francia no tenemos este tipo de música”.
Este es precisamente el tipo de perspectiva que desanima a la congregación, a quien le gustaría creer que los turistas acuden a escuchar la palabra de Dios.
Dabney Montgomery, de 88 años, opina que los turistas se van enriquecidos por la experiencia. “Al escuchar el Evangelio, obtienen algo que no esperaban, la palabra de Dios”.
Sin embargo, la mayoría de ellos está aquí para ver un espectáculo. Y es lo que obtienen: el pastor da un dramático sermón con tonos históricos y políticos; el coro entona un jubiloso himno mientras la congregación aplaude al ritmo de la música y una soprano entona un hermoso solo, recordando una época en que la iglesia era el centro de la vida social, el lugar para ver y ser visto.
Los boletos cuestan hasta 55 dólares y la mayoría de las iglesias se lleva una parte de la ganancia. Otras, como Madre Africana, obtiene dinero solicitando a los visitantes un donativo sugerido.
Durante un sermón, Smith pidió a la congregación ayudar con las reparaciones del viejo órgano de la iglesia. “Tenemos que pagar unos 1.200 dólares para el trabajo que se necesita”, dijo. “Necesito que 12 personas me den 100”. Sin las billeteras de los turistas, el órgano tal vez nunca podría ser reparado.
Este no es el único caso. A la vuelta de la esquina está la próspera Iglesia Bautista Abisinia, podría decirse que es el imán turístico más grande en el vecindario, donde los visitantes muchas veces se van porque no hay asiento.
UN ESPECTÁCULO
A pesar de no saber nada de la historia de Madre Africana, la francesa Celeste Lejeune, de 16 años, quiso acudir a la iglesia “sólo para escuchar las voces de las personas que viven en Harlem, y ver la atmósfera. En Francia no tenemos este tipo de música”.
Este es precisamente el tipo de perspectiva que desanima a la congregación, a quien le gustaría creer que los turistas acuden a escuchar la palabra de Dios.
Dabney Montgomery, de 88 años, opina que los turistas se van enriquecidos por la experiencia. “Al escuchar el Evangelio, obtienen algo que no esperaban, la palabra de Dios”.
Sin embargo, la mayoría de ellos está aquí para ver un espectáculo. Y es lo que obtienen: el pastor da un dramático sermón con tonos históricos y políticos; el coro entona un jubiloso himno mientras la congregación aplaude al ritmo de la música y una soprano entona un hermoso solo, recordando una época en que la iglesia era el centro de la vida social, el lugar para ver y ser visto.
Fuente: elcomercio.pe
No hay comentarios:
Publicar un comentario